El humanismo clásico, y su estancamiento del siglo 20.

     

   Aquí es un ejemplo, breve pero instructivo, de accidente histórico. Antes de ser reducido a un concepto comodín y opacado, el humanismo occidental dicho clásico fue un movimiento cultural desarrollado en los siglos 19 y 20, sobre la base de trabajos de filósofos europeos del siglo 18 y del siglo 19, parcialmente apoyados por referencias a pensadores grecorromanos antiguos, y a pensadores del Renacimiento (quienes todavía no se designaban ellos  mismos como humanistas).

    Pero a pesar de la calidad de estas fuentes, este movimiento reveló rápidamente debilidades, particularmente a causa de las oposiciones y de las posiciones contradictorias de algunos de sus principales iniciadores. En 1846, por ejemplo, P.J. Proudhon políticamente utilizaba el término humanismo como "doctrina que toma por fines la persona humana", oponiéndose al hecho que ciertos nuevos humanistas tendían a deificar la especie humana, pero se perdía en controversias de detalle, particularmente con Ludwig Feuerbach que veía en el humanismo una religión del futuro, pues más que una simple doctrina. Ernest Renan, en sus Pensamientos de 1848-1890, confirmó también su "convicción de que la religión del futuro será un puro humanismo". Las aportaciones ulteriores del personalismo y del existencialismo no atenuaron la dilución de la imagen pública de lo que fue reivindicado globalmente como humanismo, ni sus ambigüedades en materia de religiosidad. Además, el enfoque filosófico del hecho humano y del Ser humano a menudo había sido sesgado o contradictorio, en el siglo 18 y durante la Revolución Francesa (1789), especialmente entre los enciclopedistas, Voltaire y Beccaria, por ejemplo, quienes fueron particularmente disputados, y acusado de hipocresía utilitaria.

    Por fin, múltiples otras oposiciones picrocolinas perjudicaron la coherencia conceptual de contribuidores que no tomaban bastante en consideración el sentido evolutivo profundo y la trayectoria del humanismo histórico, pese a sus referencias a ciertos pensadores antiguos. Faltaba una relación suficiente al interés general humano, y al desarrollo prospectivo de la especie. Y sus principales contribuidores, casi exclusivamente masculinos, razonaban según esquemas culturales occidentales incompatibles con los de otros grandes culturas.

   Este movimiento quedó debilitado por sus contornos y sus contenidos demasiados vagos; Emilio Littré, creador de un diccionario epónimo famoso, lo definía en 1874 como una "teoría filosófica que relaciona el desarrollo histórico de la humanidad con la humanidad ella misma". Otras definiciones dependían tanto de truismos o de tautologías. En el siglo 20, las debilidades de este movimiento se acentuaron en lugar de reabsorberse a causa particularmente de una coherencia quedada insuficiente entre sus contribuidores, pero también de aberraciones graves futuro-tecnologistas (principalmente transhumanistas), y de un centrado excesivo sobre el Ser humano y la persona humana (con un personalismo cristiano ambiguo), sin reciprocidad equilibrada y organizada con el conjunto humano evolutivo.

    En estas condiciones, incomprensiones, luego derivas y abusos, se sucedieron hasta este humanismo  no cohesivo e impreciso sea finalmente instrumentalizado por lobbies manipuladores para producir una ejemplaridad socialmente deestructurante, disimulada en una mezcla "políticamente-correcta" de derechos-del-hombre-ismo y de laicidad hipócritos, acabando a preocupantes disonancias cognitivas en la opinión pública. El calificativo humanista tendiente a aplicarse a todo y a su contrario, múltiples formas incoherentes y contradictorias de humanismo han proliferado, en todos los sentidos y en todos los rincones del pensamiento perturbado de la época, hasta que el término ya no signifique nada comprensible para la gran mayoría de la gente, al contrario de la consistencia sin embargo estructurante y autocorreccible del patrimonio cultural humanista histórico.

   Una reanudación sana de la transmisión de este gran patrimonio pudo afortunadamente ser realizada desde los años 1970 por la corriente cohesiva moderna del eco-humanismo, estructuralmente mantenida al amparo de las imposturas, de los desvíos, y de las aberraciones, y reintegrando -particularmente a través de la ecología- una dimensión científica complementaria ineludible. El eco-humanismo pudo así relanzar con éxito una trayectoria y un contenido particularmente coherentes y fiables de lo esencial conceptual humanista histórico, fuera de las desviaciones temporales occidentales.

 

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